Nuestra experiencia colectiva nos enseña que la sobriedad sexual nos libera de la necesidad compulsiva de tener relaciones sexuales.
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Tratamos de colocar el instinto por la intimidad sexual en el lugar que le corresponde, esto es, para la reproducción y para establecer vínculos sanos con nuestro cónyuge. Cuando renunciamos a la lujuria y a los estímulos sexuales, desaparece la necesidad obsesiva de sexo.